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Picasso en Nueva York


Un honor haberlo conocido

Picasso en Nueva York

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Octubre 22, 2015 12:04 hrs.
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Adriana Bianco › diarioalmomento.com

Fue un privilegio y una felicidad haber conocido a Pablo Picasso, gracias a la pintora argentina Raquel Forner, amiga de él y una de las primeras mujeres artistas, profesional en el arte, en Latinoamérica.

Yo estudiaba en París y Raquel Forner pintaba preparando una exposición. Nos encontramos en el Barrio Latino y fuimos a la Galeria, bien temprano, para ver la exposición a la que había sido especialmente invitada. Al llegar, el galerista nos recibió y nos llevó a la antesala donde estaba Pablo Picasso y el artista que exponía.

Picasso conocía a Raquel, había visto lo que ella había pintado sobre la Guerra Civil española y la saludo con afecto. Al presentarme como actriz juvenil de cine en Argentina, Picasso recordó lo temprano que inició su carrera de pintor, casi un adolescente, tambien recordó su relación con Argentina y con la fotógrafa Dora Maar, quien había vivido en Argentina y sacó muchas fotos del país austral. Enseguida fluyo la plática en español, ya que el director y el expositor fueron a ver algo a las sala.

Picasso era morrudo, no muy alto, movía las manos, hablaba con vehemencia, aunque ya estaba enfermo y murió a los pocos años, demostraba energía y gran interés por todo. Nos comentaba de su vida en la Costa Azul, su estudio, lo feliz que era trabajando con la cerámica, la escultura y la nueva exposición que estaba preparando. Raquel era otra apasionada y la conversación con Picasso estaba salpicada de coincidencias y preguntas. Picasso terminó invitándonos a su casa de la Costa Azul.

Al llegar gente a la Galeria, nos despedimos. Yo deliraba de alegría pensando en ir a visitar a Picasso a su estudio y Forner me dijo:

¿Sabes qué es ser joven?
Ya venía el reto para mi. Pero no. Me dijo:

Ser joven es ser como Picasso lleno de proyectos y planes de arte.


Picasso tenía la fuerza y los sueños de un joven y esta exposición de esculturas que visito en el MOMA (Museo Arte Moderno de New York), es la muestra de su pasión por la exploración, la búsqueda y los encuentros, es la alegría de crear sin barreras ni límites. Se mezclan mis recuerdos con estas esculturas, que son como un recorrido por sus gestos y movimientos, por sus emociones y dudas, por su permenente inquietud vital.

140 piezas, que abarcan los años 1902 a 1964, que muestran un aspecto no demasiado valorado en la carrera del artista, considerado especialmente pintor. Su interés artístico lo llevó a trabajar: la pintura, el grabado, diseños para teatro, cerámica, escultura; abordando las diversas técnicas con la audacia de siempre. Se puede observar el diálogo que el artista mantuvo entre la escultura y su mundo pictórico y como se enriquecen mutuamente.

En ese recorrido asistimos a los tiempos surrealistas en relación con el poeta Guillaume Apollinaire y André Breton, el importante período cubista, donde Picasso y Braque trabajan juntos y afirman este movimiento como verdaderos precursores.

Picasso-violinEn la sala, fotografié “Violin”, de 1915, en metal, hierro y pintura, donde se aprecia muy bien la anulación de la perspectiva y se crean varios puntos de vista.

Picasso descubre, posteriormente, el arte africano y de Oceanía y lo estudia, incluso su amistad con el artista cubano Wilfredo Lam tenía ese atractivo. Cómo no iban a entusiasmarlo esas culturas lejanas y cercanas en su instintividad y primitivismo! Varias esculturas reflejan la influencia del arte africano.

Uno descubre las varias y variadas influencias en Picasso pero no importan, porque siempre se integran a su visión picassiana.

En la década del 30, cuando Picasso trabaja en el Chateau de Boisgeloup, cerca de París, su exploración de los espacios y los materiales se intensifica. Su temática escultórica es diversa, tanto enfrenta la figura humana como animales y objetos. En 1937, sucede el terrible bombardeo de Guernica, Picasso selecciona cinco esculturas que estaban en el Chateau para acompañar su mural “Guernica”, que estaría expuesto en el Pabellón de España en la Feria Mundial de París.

El “Guernica” que vi y volví a ver en este museo, MOMA, en una sala recogida, como un santuario, donde desfilaban miles de americanos y turistas. “Era la “Estrella” del museo” me comenta un guardián, que me indica la sala donde estaba. También lo vi partir, con la tristeza y el asombro de los neoyorquinos que ya sentíamos aquel mural como nuestro.

Al terminar la Guerra, en 1944, Picasso visita la Riviera francesa, llega hasta el pueblo de Vallauris donde hacían cerámica con efectos especiales y donde Picasso creará, más tarde, más de 2000 piezas llenas de innovación, impulsando esta técnica, que estaba estancada. Hoy siguen los talleres trabajando pero todo ha tomando un cariz demasiado turístico.

Picasso nos confesó en aquella conversación vehemente de la tarde parisina, que la cerámica siempre le había atraído muy especialmente, por ese trabajo con las manos, y que algo así experimentaba con la escultura.

Picasso-maderas-Moma

Picasso-Cabra-bronce-1950-Moma

En los 50, Picasso se muda, con Jaqueline Roque, a Cannes, realiza esculturas con diversos materiales: metales, maderas, bronces, cerámicas. Crea ensamblajes y maquetas, y la escultura toma cierta posesión en su vida de artista. Termina varias piezas y encara profesionalmente el aspecto comercial de su producción.

Esta muestra coloca a la escultura en el nivel artístico diferencial, ya que Picasso nunca la ubicó en el centro de su obra, iba y venía a ella, cuando lo necesitaba. Cada escultura se conecta con su temática pictórica, basta ver el bronce “La cabra” (1950) y la referencia a sus muchos cuadros con el mismo tema.

Esta exhibición, aunque no es una gran retrospectiva, ni lo pretende, esta enfocada cronológicamente y reúne trabajos escultóricos interesantes de la colección del MOMA, de colecciones privadas y de obras cedidas por el Museo Nacional Picasso de París. Se aprecian los distintos períodos que configuran la obra del artista. Es interesante ver como Picasso regresaba a la escultura como un ejercicio de formas que interactuaban con sus lenguaje pictórico. Se remarca su afán de tridimensionalidad, su afán de sacar el cuadro de la dimensión estática plana y moverlo a una fuerza picto-escultórica y también la posiblidad de trabajar con las manos.

Estas visiones me hicieron recordar esa tarde con Picasso. Yo lo escuchaba extasiada, mientras Raquel Forner asentía. Raquel admiraba a Picasso por la energía e innovación de su arte. Algo en la estética de Forner se conectaba con la estética del maestro. Fue un momento maravilloso.

Esa vitalidad y esa “angustia existencial”, recorre las obras que bellamente expone el Moma, con coherencia museográfica. Cada escultura nos produce una inquietud, porque Picasso, siempre nos inquieta.

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