Rodolfo Villarreal Ríos | guerrerohabla.com

Maquiavelo, Montesquieu y Fouché / I de II

Rodolfo Villarreal Ríos

Maquiavelo, Montesquieu y Fouché /  I de II

8,841 vistas

Julio 02, 2016 02:10 hrs.
Periodismo ›
Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com


Al ver que la gobernabilidad del país linda la inexistencia, recordamos que muchísimos ayeres atrás, apenas habíamos dejado las aulas de la escuelita parroquial en donde aprendimos economía, leímos un par de libros cuya temática involucra a los tres personajes referidos en el cabezal de esta colaboración. Ante eso, nos fuimos a revisar los estantes y ahí los encontramos. El primero, ’Dialogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu,’ publicado originalmente en 1864, de la autoría del francés Maurice Joly. El segundo, ’Fouche: El genio tenebroso,’ generado en 1929 por el austriaco Stefan Zweig. Para algunos, el primero y el tercero de los nombres en el titular significan lo más terrible que pueda asociarse con la práctica de la política. El segundo, va ligado con la prevalencia de las leyes. Pero antes de revisar lo escrito por Joly y Zweig, repasemos los personajes.
Niccolò di Bernardo dei Machiavell (1469-1527), o Maquiavelo como lo conocemos, escribiría su obra más importante ’El Príncipe’ en 1513. Dedicada a Lorenzo de Medici, el Duque de Urbino, dícese que fue inspirada en las acciones de Cesar Borgia el orgullo de aquel dechado de monerías, Rodrigo Lanzol y Borja, a quien los creyentes conocen como el papa Alejandro VI. Sin embargo, se asegura que parte de dicho escrito estuvo inspirado en las acciones de quien primero derrotó a los moros y posteriormente expulsó a los judíos para quedarse con sus bienes, no es la bestia austriaca, nos referimos a Fernando el Católico. En dicha pieza, Maquiavelo afirma que, en ocasiones, los gobernantes tienen que aprender a ’no ser tan bondadosos’ y requieren poner de lado consideraciones de justicia, honestidad y amabilidad. Todo ello con el fin único de mantener la estabilidad del estado. En otras palabras que para poder gobernar hay que hacer uso del pragmatismo y no tratar de quedar bien con todos.
Charles Louis de Secondat, Barón de Montesquieu (1689-1755), a quien identificamos como Montesquieu, publicó su obra más conocida ’El Espíritu de las Leyes’ en 1748. Creía que todas las cosas eran resultado de seguir lo establecido en las reglas o las leyes, mismas que nunca cambiaban. En asuntos de gobierno, apoyaba la separación de poderes y en mantener el balance entre los mismos. Sin embargo, esa igualdad no le alcanzaba para los seres humanos y, con razón, afirmaba que no toda la gente era igual. Montesquieu llegaba al extremo y se proclamaba partidario de la esclavitud. Agregaba que las mujeres eran más débiles que los hombres a quienes, como esposas, deberían de obedecer. Paradójicamente, estimaba que no obstante lo anterior, las damas debido a su serenidad y gentileza reunían cualidades superiores que potencialmente las convertían en mejores gobernantes.
Joseph Fouché, Duque de Otranto (1759 - 1820) es la representación misma del pragmatismo como arma para sobrevivir en la política, o quizá lo podamos resumir como el ejemplo práctico más acabado de lo que Maquiavelo y Montesquieu proponían en la teoría, lo cual le permitió convertirse en el ejemplo más vivo del saber acomodarse a cualquier tipo de gobierno. Lo mismo fue sacerdote y profesor en 1790 que un par de años después era un jacobino saqueador de iglesias, mientras que al año siguiente actuaba como comunista de donde, un lustro más tarde, brincaría a multimillonario y tiempo después sería el poderoso Duque de Otranto, jefe de la policía de Napoleón. Una vez ubicados los personajes, demos un repaso parcial al contenido del primero de los volúmenes referidos en el párrafo primero de este escrito, sobre Fouché comentaremos en la colaboración siguiente.
En el ’Dialogo en el Infierno…,’ Joly plantea la conversación hipotética entre Maquiavelo y Montesquieu. De los veinticinco diálogos, nos llamaron la atención el décimo tercero y décimo séptimo. De ellos, reproduciremos algunos párrafos. Principiemos con treceavo cuando Montesquieu le pregunta a Maquiavelo: ¿No teméis a las conspiraciones? La respuesta es: ’No; me consideraría muy poco previsor, si de un revés no las desbaratara a todas al mismo tiempo.’ Y en contra replica surge el cuestionamiento ’¿Por qué medios?’ A ello, el florentino contesta: ’Comenzaría por deportar a cientos de aquellos que recibieron el advenimiento de mi poder armas en mano. Me dicen que en Italia, Alemania y Francia, los hombres del desorden, los que conspiran contra los gobiernos, son reclutados por las sociedades secretas. En mi país, romperé esos tenebrosos hilos que tejen en sus guaridas como telas de araña.’ A eso, agrega Maquiavelo, ’se penará con rigor el hecho de organizar una sociedad secreta o de pertenecer a ella.’ Esto despertó una duda en Montesquieu quien espeto: ’eso en el futuro; pero ¿las sociedades que existen?’ Pues, responde Maquiavelo, ’exiliaré por razones de seguridad general, a quienes se sepa han participado en una de ellas. Los otros, los que no tocaré, quedarán bajo perpetua amenaza, pues se dictará una ley que permita al gobierno deportar, por vía administrativa, a cualquiera que hubiese estado afiliado.’ Alarmado, Montesquieu apunta ’es decir, sin juicio.’ Armado de singular pragmatismo, Maquiavelo responde: ’¿Por qué decís: sin juicio? ¿Acaso la decisión de un gobierno no implica un juicio? Podéis estar seguro de que no tendremos piedad con los facciosos. En los países constantemente turbados por las discordias civiles, la paz se consigue por actos de implacable rigor; si para asegurar la tranquilidad hace falta una cantidad de víctimas, las habrá. A continuación de ello, el aspecto del mandatario se torna tan impotente que ya nadie osará atentar contra su vida. Sila, después de haber cubierto a Italia con un baño de sangre, pudo retomar a Roma como simple particular y nadie le toco siquiera la raíz de un cabello.’ Con angustia el francés clama: ’hay momentos en que si algún mortal os oyese, se le helaría la sangre.’ Fríamente, el florentino suelta una frase que linda en el cinismo: ’¿Por qué? He vivido muy cerca del duque de Valentinois, [Cesar Borgia] de terrible fama bien merecida por cierto, pues tenía momentos que era implacable; pero os puedo asegurar que, pasada la necesidad de ejecutar, era un hombre bastante bonachón. Y lo mismo se podría decir de casi todos los monarcas absolutos; en el fondo son buenos, sobre todo con los pequeños.’ Y de ahí pasaban a cómo utilizar dichas sociedades secretas en beneficio del príncipe.
Para ello, Maquiavelo afirmaba entrever ’la posibilidad de dar a cierta cantidad de esas sociedades una especie de existencia legal, o mejor centralizadas en una, cuyo jefe supremo nombraría yo. Con ello, los diversos elementos revolucionarios del país estarían en mis manos. Los componentes de estas sociedades pertenecen a todas las nacionalidades, clases y rangos; me tendrán al corriente de las más oscuras intrigas de la política. Constituirán como un anexo de mi política, de la cual os hablaré en seguida. El mundo subterráneo de las sociedades secretas está lleno de cerebros huecos, de quienes no hago el menor caso; pero existen allí fuerzas que debemos mover y directivas a dar. Si algo se agita, es mi mano la que lo mueve; si se prepara un complot, el cabecilla soy yo: soy el jefe de la logia.’ Preocupado por ello, Montesquieu pregunta: ’¿Y creéis que esas cohortes de demócratas, esos republicanos, anarquistas y terroristas os permitirán acercaros y compartir con ellos el pan? ¿Podéis creer que quienes no aceptan el dominio del hombre aceptarán como guía a quien en el fondo será un amo?’ En una muestra de objetividad, Maquiavelo indica: ’Es que no conocéis, ¡oh Montesquieu!, cuánto de mi impotencia y hasta de necedad hay en la mayor parte de los hombres de la demagogia europea. Son tigres con almas de cordero, con las cabezas repletas de viento; para penetrar en su rango, basta con hablarles en su propio lenguaje. Por lo demás, sus ideas tienen increíbles afinidades con las doctrinas del poder absoluto. Sueñan con absorber a los individuos, dentro de una unidad simbólica. Reclaman la absoluta igualdad, en virtud de un poder que en definitiva no puede sino estar en las manos de un solo hombre. ¡Ya veis que aun aquí sigo siendo yo el jefe de su escuela! Además, justo es decirlo, no tienen ninguna otra opción. Las sociedades secretas existirán en las condiciones que acabo de expresaros, o no existirían.’ Y de aquí pasemos al dialogo décimo séptimo en donde Maquiavelo explica como mantendrá el orden.
Al respecto, afirmaba: ’Comenzaré por crear un ministerio de policía, que será el más importante de mis ministerios y que centralizará, tanto en lo exterior como en lo interno, los servicios de que dotaré a esta parte de mi administración.’ Sin embargo, ’si este ministerio desagrada. Lo aboliré y lo llamaré, si os parece, ministerio de Estado. Organizaré asimismo en los otros ministerios servicios equivalentes, que en su mayor parte estarán incorporados, secretamente, a lo que hoy en día llamáis ministerio del interior y ministerio de asuntos extranjeros. Entendéis perfectamente que no me ocupo aquí en lo absoluto de diplomacia, sino únicamente de los medios apropiados para garantizar mi seguridad contra las facciones, tanto en el exterior como en el interior. Pues bien, creedlo, a este respecto, encontraré a la mayor parte de los monarcas poco más o menos en la misma situación que yo, es decir, bien dispuestos a secundar mis intenciones, que consistirán en crear servicios de policía internacional en interés de una seguridad recíproca. Si, como no lo dudo, llegase a alcanzar este resultado, he aquí algunas de las formas que adoptaría mi policía en el exterior: hombres afectos a los placeres y sociables en las cortes extranjeras para mantener un ojo vigilante sobre las intrigas de los príncipes y pretendientes exiliados; revolucionarios proscriptos, algunos de los cuales no desespero de inducir, por dinero a servirme de agentes de transmisión con respecto a las maquinaciones de la demagogia tenebrosa; fundación de periódicos políticos en las grandes capitales, de imprentas y librerías instaladas en las mismas condiciones y secretamente subvencionadas para seguir de cerca, por medio de la prensa, el movimiento de las ideas.’ Posteriormente continuaba señalando, ’lo que pretendo es que todo político que quiera ir a tramar intrigas al extranjero pueda ser vigilado, señalado periódicamente, hasta su regreso a mi reino, donde será encarcelado y castigado con todo rigor para que no esté en situación de reincidir. Para tener mejor entre mis manos el hilo de las intrigas revolucionarias, sueño con una combinación que será, creo, bastante hábil.’ Asimismo, ’quisiera tener un príncipe de mi casa, sentado en las gradas de mi trono, que representase el papel del descontento. Su misión consistiría en fingirse liberal, en detractor de mi gobierno y en aliarse así, para observarlos más de cerca de quienes, en los rangos más elevados de mi reino, pudieran hacer un poco de demagogia. Cabalgando sobre las intrigas interiores y exteriores, el príncipe al cual confiaría esta misión, haría así representar una comedia de enredos a quienes no estuviesen en el secreto de la farsa.’
Cuando Montesquieu hace notar que es conveniente evitar conspiraciones, dado que esas serían los que pueden hacerlo temblar, Maquiavelo responde con holgura: ’Os equivocáis, porque habrá conspiraciones bajo mi reinado; es imprescindible que las haya.’ Montesquieu lo inquiere: ’¿Qué queréis decir?...’ y como respuesta encuentra ’habrá tal vez conspiraciones verdaderas, no respondo de ello; pero habrá ciertamente conspiraciones simuladas. En determinadas circunstancias, pueden ser un excelente recurso para estimular la simpatía del pueblo a favor del príncipe, cuando su popularidad decrece. Intimidando el espíritu público se obtienen, si es preciso, por ese medio, las medidas de rigor que se requieren, o se mantienen las que existen. Las falsas conspiraciones, a las cuales, por supuesto, sólo se debe recurrir con extrema mesura, tienen también otra ventaja: son ellas las que permiten descubrir las conspiraciones reales, al dar lugar a pesquisas que conducen a buscar por doquier el rastro de lo que se sospecha. Nada es más precioso que la vida del soberano: es necesario entonces que se le rodee de un sinnúmero de garantías, es decir, de un sinnúmero de agentes, pero al mismo tiempo es necesario que esta milicia secreta esté hábilmente disimulada para que no se piense que el soberano tiene miedo cuando se muestra en público. Me han dicho que en Europa las precauciones en este sentido han alcanzado tal grado de perfeccionamiento que un príncipe que sale a las calles puede parecer un simple particular que se pasea, sin guardia, en medio de la multitud, cuando en verdad está rodeado por dos o tres mil protectores. Es mi propósito, por lo demás, que mi policía se encuentre diseminada en todas las filas de la sociedad. No habrá conciliábulo, comité, salón, hogar íntimo donde no se encuentre un oído pronto a recoger lo que se dice en todo lugar, a toda hora. Para quienes han manejado el poder es un fenómeno asombroso la facilidad con la cual los hombres se convierten en delatores los unos de los otros. Más asombrosa aún es la facultad de observación y de análisis que se desarrolla en aquellos que toman por profesión la vigilancia política; no tenéis ni la más remota idea de sus artimañas, sus disimulos y sus instintos, de la pasión que ponen en sus indagaciones, de su paciencia, de su impenetrabilidad; hay hombres de todas las categorías sociales que ejercen este oficio, ¿cómo podría decirlo? Por una especie de amor al arte. Sí, porque allá, en los bajos fondos del terror, existen secretos atroces para la mirada. Os eximo de cosas más espantosas que las que habéis oído. Con el sistema que organizaré, estaré informado tan completamente, que hasta podré tolerar maquinaciones culpables, pues tendré en cada minuto del día el poder de paralizarlas.’ Y ese sería la pauta que marcaría las acciones de Fouché a finales del siglo XVIII, principios del XIX. De ello, comentaremos la próxima semana.
Tras de este repaso breve, que podrá sonar muy rudo para algunos, seguimos preguntándonos: ¿Quién los habrá convencido de llegar a ejercer el mando doblando las manos, armando pactos y no ejerciendo la autoridad? Por no haber marcado la línea desde el inicio, hoy el país paga la flaqueza y los bribones aparecen como adalides de la la democracia demandando alianzas hasta para el mínimo acto de autoridad.
Añadido (1) De pronto, los recuerdos de lo vivido, visto, escuchado y enterado durante aquellos años fueron llegando uno a uno para empezar a convertirse en palabras-frases-oraciones-párrafos-cuartillas. Pasaron del disco duro al USB para ahí reposar…
Añadido (2) De calaña similar son los agresores quienes acostumbran encuerarse para protestar y los agredidos encubiertos por el manto albiceleste sacrosanto.
Añadido (3) Hoy que tan preocupados están por la corrupción, nada se escucha referente a la transparencia en el manejo de los recursos públicos destinado a los centros de educación superior. Perdón, olvidábamos que ahí operan seres en olor a santidad quienes celosamente resguardan la autonomía sagrada y eso nunca debemos de relegarlo.
Añadido (4) Hasta parece presidente bajo sistema parlamentario, el problema es que no hay primer ministro.
Añadido (5) Muy horondo el secretario de desarrollo social, se vanagloriaba de su puente aéreo para abastecer de alimentos a Oaxaca como si la entidad fuera víctima de las consecuencias de un fenómeno meteorológico. Y nosotros nos preguntábamos: ¿En dónde está el encargado de la gobernabilidad de este país?
Añadido (6): Ahora fue el obispo de Tehuantepec quien mostró como los facinerosos cuentan con la bendición celestial. Pero como nos dijera un católico ferviente convertido ahora en catequista: ’Cuando me preparaba para esto último, aprendí de los sacerdotes que podemos hacer lo que queramos. Después de todo, basta con que posteriormente nos arrepintamos para que Dios, en su misericordia infinita, perdone nuestros pecados y problema solucionado.’ Por ello, agregamos nosotros, quien quite y, si tienes nivel, hasta un presidente te llame para comentarte ’no hard feelings.’

Ver más


Maquiavelo, Montesquieu y Fouché / I de II

Éste sitio web usa cookies con fines publicitarios, si permanece aquí acepta su uso. Puede leer más sobre el uso de cookies en nuestra política de uso de cookies.