RODOLFO VILLARREAL RÍOS

La dama del vestido estampado con flores de colores vivos

Plata Pura

La dama del vestido estampado con flores de colores vivos

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Marzo 07, 2015 06:20 hrs.
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Por esta ocasión, lector amable, lo dejaremos descansar de la historia, la política, la economía, la curia, los deportes y/o la tauromaquia, para dar paso a relatar uno de esos episodios el cual entre mayor tiempo trascurre, más se complica encontrarle una explicación lógica.
Era un día de marzo, la tarde había quedado atrás para convertirse en noche. El invierno oficialmente ya se había ido, pero la primavera no acababa de llegar. Tenía rato que, a través del ventanal, ya no era posible percibir El Ajusco. Permanecía ahí por circunstancias del destino, desde el julio anterior aquello había quedado sellado. Todavía no tenía claro del todo hacia dónde dirigiría sus pasos, aun cuando ya presagiaba que sería el autoexilio. Su tiempo había concluido, pero el azar determinó que, sin futuro alguno, continuara en un cargo en donde se concretaba a cumplir con una obligación de amistad. La cual, según la educación recibida en el hogar, era sagrado honrarla. Estaba solo en su oficina. Hacía rato que quienes colaboraban con él, se habían retirado. Leía unos documentos cuando, de pronto, levantó la vista y en las afueras, en el pasillo, percibió la presencia de una dama quien, pareciendo no saber hacia dónde dirigirse, portaba, con sencillez singular, un vestido de color beige estampado con flores de colores vivos.
Dado la hora, eran más de las siete de la noche, le pareció extraño y salió a preguntarle en que forma podía asistirla. Como respuesta encontró: “busco al secretario de recursos naturales para plantearle un asunto relacionado con la pesca.” La réplica le sorprendió, pero no impidió contestarle que esa no era la persona que atendía dichos temas, pero que él podía darle orientación al respecto. La invitó a pasar, a lo cual accedió la dama quien portaba, con sencillez singular, un vestido de color beige estampado con flores de colores vivos.
Era una mujer quien rondaría los setenta y cinco años de edad, de talle delgado, piel clara y cabello blanco recogido. Tras de mencionar su nombre, mismo que el escuchante anotó en la libreta en donde registraba con quienes interactuaba cuando y a qué horas, dijo ser una maestra de educación primaria retirada quien, al ver las condiciones en que vivían, buscaba apoyo para una sociedad cooperativa de pescadores, cuyos integrantes operaban en el estado de Tamaulipas. La única forma en que ella dilucidaba aquello podía darse era mediante la obtención de un permiso para capturar especies de escama. Al funcionario en cuestión, el nombre de la agrupación le pareció extraño. Con todas las organizaciones de pescadores de dicha entidad había lidiado, no necesariamente en tono amable, pero por más que hurgó en la memoria no reconoció el nombre y hoy, en la nube de los tiempos ha olvidado el que entonces le mencionaron. Su desconocimiento acerca de la existencia de dicha agrupación lo transmitió a la dama quien no vio aquello como un impedimento para explicarle porque se preocupaba por aquellos pescadores. Dijo que eran alrededor de una veintena y vivían precariamente por lo cual requerían urgentemente obtener la autorización mencionada arriba para desarrollar sus actividades al amparo de la ley. De esa manera, apuntó, evitarían ser víctimas de terceros quienes les compraban sus productos a precios más bajos que los del mercado. Contrario a lo comúnmente suscitado en aquella oficina a lo largo de siete años, quien entonces era la interlocutora relataba todo con una voz que emanaba una tranquilidad nunca percibida en ninguno de los que antes se habían atendido ahí bajo circunstancias similares. Al mismo tiempo, el lenguaje corporal proyectaba serenidad y poca preocupación por el trascurso del tiempo se percibía en aquella dama quien portaba, con sencillez singular, un vestido de color beige estampado con flores de colores vivos.
Era tal la imperturbabilidad en la exposición que el funcionario, caracterizado precisamente por ser dado a buscar atender de manera expedita, impaciencia decían algunos, los asuntos, se contagió y sin apuros puso atención el relato Tras de escucharla, le planteó la imposibilidad de darle una respuesta afirmativa a su petición. Le explicó todas y cada una de las disposiciones burocráticas-científicas que le impedían contestarle en afirmativo. Le propuso alternativas para que esas personas pudieran obtener un medio de vida en la pesca. Ante la negativa, quedó impresionado por la calma con la que la mujer aceptaba sus respuestas. A la par, entusiasmada, le platicaba acerca de su pasado y recordaba los años cuando actuaba como docente, mientras se observaba como brillaban los ojos de aquella dama quien portaba, con sencillez singular, un vestido de color beige estampado con flores de colores vivos.
Finalmente, tras de poco más de una hora de charla, la dama decidió que era tiempo de marcharse. A pesar de no haber tenido la respuesta esperada, jamás se percibió en ella enojo o frustración. Fue una de esas ocasiones escasas en que el funcionario encontró una reacción de tal tipo ante una negativa, algo que había efectuado en ocasiones innumerables y que no lo habían convertido precisamente en un candidato para ganar un concurso de popularidad. La acompañó al elevador, no sin antes proporcionarle, para cualquier consulta futura, sus números telefónicos y ofrecerle llamar un auto de alquiler. Ella respondió que no era necesario, encontraría uno en las afueras del edificio ubicado al sur en un suburbio lejano de la ciudad, una zona en donde a esas horas la seguridad no era precisamente la constante, algo que ni pescadores bragados se atrevían a desafiar. No obstante que eran más de las ocho de la noche, le indicó, con voz amble, que no la acompañara mientras procedía a abordar el elevador aquella dama quien portaba, con sencillez singular, un vestido de color beige estampado con flores de colores vivos.
No sería sino hasta tiempo después cuando el ya para entonces autoexiliado, convertido en historiador, empezó a reparar en todo lo extraño que había en aquel suceso. Hoy, al recordar a la dama quien rondaría los setenta y cinco años de edad, de talle delgado, piel clara y cabello blanco recogido, se sigue cuestionando: ¿Qué motivos pudo haber tenido una mujer de edad avanzada para visitar a esas horas una oficina burocrática, ubicada en un sitio remoto de la ciudad, en busca de ayuda para un grupo de pescadores? Nunca volvió a escuchar sobre la organización para la cual buscaba apoyo aquella dama para quien el transcurrir del tiempo no tenía importancia, mientras portaba, con sencillez singular, un vestido de color beige estampado con flores de colores vivos.vimarisch53@hotmail.com
PD. Siempre será reprobable que, atendiendo a intereses bastardos, algunas oportunistas vayan por ahí tratando de desprestigiar la imagen de uno de los más grandes Presidentes de México, Don Adolfo López Mateos y de paso difamen a su madre Doña Elena Mateos Vega y su hermana Doña Esperanza López Mateos. Nuestra solidaridad con quienes, como descendientes de estos personajes, defienden el honor de aquellas personas que ya no están aquí para responder a las calumnias y el oprobio. RVR

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