Opinión

Joseph Fouché, el duque de Otranto / epílogo

Rodolfo Villarreal Ríos

Joseph Fouché, el duque de Otranto / epílogo

5,986 vistas

Julio 17, 2016 07:52 hrs.
Periodismo ›
Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com

La Revolución Francesa, cuyo aniversario 227 fue ensombrecido por la sangre de inocentes asesinados por uno de esos fanáticos que nos quieren regresar al medievo, concluiría con el ascenso de un dictador Napoleón Bonaparte convertido en lo que los insurrectos iniciales combatían: un dictador monárquico. En este proceso, jugaría un papel preponderante uno de los tres personajes de los que hemos comentado en las dos colaboraciones previas, Joseph Fouché cuyo accionar sería fundamental para llevar al poder al nativo de Córcega quien lo investiría tiempo después en el Duque de Otranto. Demos un repaso, con base en el texto de Stefan Zweigh, a este periodo en donde, como la propia revolución mencionada, este personaje originalmente radical acaba transformado en lo que originalmente combatió.
Como lo hemos mencionado en las colaboraciones previas, Fouché poseía la característica singular de saber medir los tiempos para siempre colocarse en el lado de los vencedores. Y así lo otea en los inicios del segundo semestre de 1799 cuando el Directorio lucia camino al desastre y era ya sentir popular que ’solo un dictador puede salvar la situación…’ Mientras todos son incapaces de dilucidar quién podría ser, el líder del Directorio, Paul Barras dice, tratando de presentarse a sí mismo como la opción, a Fouché: ’Necesitamos una cabeza y un sable.’ Lo que Barras desconoce es lo que Josefina, su antigua amante y ahora esposa de Napoleón, le ha confiado a Fouché: ’el próximo regreso de Napoleón. El 11 de octubre de 1799, cuando el Directorio lo manda llamar para anunciarle que Bonaparte ha regresado, el ministro de policía aparenta no saber nada. Ello no le impide ir a la casa de Napoleon en donde pasa desapercibido durante una hora, hasta que un criado lo reconoce y avisa al anfitrión quien está en la antesala. Inmediatamente el conspirador aparece ofreciendo disculpas y durante las próximas dos horas, sin testigos, habrá de definirse el curso de la historia francesa para los próximos años. Cada uno sabe el rol que adoptara, asi como quien es el amo y cual el subordinado.
Con el golpe en proceso, el presidente del Directorio lo llama para reprenderlo por no haberse percatado de lo que vendría, Fouché guarda silencio. Ya sabe que tres de los cinco miembros del Directorio han dejado el barco. Sin embargo, cauto espera al resultado final antes de dar el paso siguiente, no podía equivocarse. Él sabía que de cualquier forma estaría en el bando vencedor. Al final de cuentas, Fouché acabaría anunciando a Paris la victoria de Napoleón. Y juntos habrían de terminar con Barras aquel a quien tanto le debían por haberlos rescatado, en tiempos diversos, de la desgracia. Pero en la victoria, algunos olvidan todo y a todos poniendo de lado que la vida es una rueda de la fortuna.
Ya instalados en el poder, decidieron ’que es preferible terminar la guerra civil con negociaciones y condescendencias, que por la fuerza y con ejecuciones.’ Pronto, Fouché restablece ’la tranquilidad completa en el país, desaloja los últimos nidos de terroristas y su energía burocrática…se subordina solícita a los grande proyectos de Bonaparte.’ Sin embargo, esa alianza irrestricta sufre una horadación irreparable el 20 de enero de 1800 cuando llegan noticias a Paris de que Napoleón ha sido derrotado en Marengo. Ante ello, fiel a su costumbre, Fouché permanece mudo en aquella reunión de ministros y consejeros quienes inmediatamente piensan en sustituir al vencido. Sin embargo, al día siguiente, arriba un mensaje en sentido contrario, la victoria era del corzo. Aun cuando nada le es reprochado al ministro de policía, a partir de ahí la confianza le es retirada. En ese contexto, la familia Bonaparte ve la oportunidad de alejar al personaje incómodo quien les estorbaba para sus planes y además no era miembro del grupo.
Recordemos que ’Napoleón no llegó solo a Francia: llega rodeado de un clan familiar hambriento, deseoso de poder.’ Pero no es solamente eso, ’le piden la institución de una dinastía familiar, le piden que se proclame rey o emperador…le empujan a la reacción y al despotismo.’ Dos son los objetivos primarios de los parientes, una es la esposa, Josefina, el otro Fouché a quien ’espían todos sus pasos, dispuestos a dar de lado al hombre molesto que les estorba en los negocios en la primera ocasión.’ Tendrían que esperar por un rato hasta que el 24 de diciembre de 1800, encuentran la oportunidad de cargar sobre Fouché. Al dirigirse Bonaparte a la Ópera, tras de su coche, se produce una explosión que de no haber sido por la velocidad a que iba el carruaje, hubiera cambiado la historia de Francia. Ello no impide que Napoleón acuda a la función y al terminar, de regreso en la Tullerías, arremeta en contra del ministro de policía a quien acusa de solapar a sus antiguos compinches, los jacobinos a quien Bonaparte acusa de ser responsables del atentado. Sin embargo, Fouché replica que no son ellos sino los conspiradores realistas y el dinero ingles los que están detrás de aquellas detonaciones. De nada le vale, y mucho menos cuando vuelve a replicar y escucha, de labios del gobernante, acusaciones por las acciones ejecutadas en el pasado. Para beneplácito de los cercanos al bonapartismo, Fouché sale de ahí derrotado y todos le miran con desprecio. Aquello duraría quince días en donde muchos sospechosos de haber participado en el complot son castigados y exiliados. Sin embargo, el otrora revolucionario sigue callado realizando las investigaciones, mientras sus enemigos ríen y lo creen derrotado. Así, hasta el día en que demuestra que el líder de los realistas George ’Cadoudal; realistas juramentados, comparados con dinero inglés, habían sido los ejecutores.’ Sin embargo, ello no le hace recuperar la confianza de Napoleón, nunca le perdonara que haya tenido la razón desde el principio. El poder marea a todos quienes pronto empiezan a creer que son infalibles y recordemos que ’los reyes no quieren bien a las personas que les vieron en un momento de debilidad y las naturalezas despóticas no gustan de los consejeros que hayan demostrado, aunque sea una sola vez, ser más sabios que ellos.’
Sin embargo, El triunfo de Fouché es nada comparado con las acciones de Napoleón, aunque sin dicha victoria pequeña, no hubiera el segundo lograr ’la paz definitiva con Inglaterra [y] el concordato con la Iglesia.’ Aunado a ello, ’el país tranquilizado, ordenada la economía, terminada la discordia de los partidos, suavizadas las oposiciones, la riqueza vuelve a florecer, la industria se desarrolla de nuevo, las artes despiertan; una época augusta empieza, y no está lejana la hora en que Augusto podrá llamarse también César.’ Ante esto, Fouché busca adelantarse y cabildea, sin saber que fincaba su desgracia, para que el Senado le ofrezca a Napoleón el puesto de primer Cónsul por un lapso de diez años. Cuando se lo ofrecen el gobernante enfurece y lo considera muy poco, el aspiraba a un ’Consulado de por vida.’ Lo que en realidad aspiraba era a convertirse en emperador y ante lo bien que iban las cosas, el pueblo francés decide elegirlo en soberano dando incio a la monarquía. Fouché ya no cabe en ese esquema y el ministerio de policía desaparece, pero para que no se vea mal agradecimiento a los servicios prestados, es nombrado miembro del Senado al tiempo que le regala un millón doscientos mil francos, la mitad del capital de la policía que Fouché había entregado como liquidación. Para 1804, ’el hombre del primer manifiesto comunista será el segundo capitalista de Francia y primer terrateniente del país.’ Su fortuna alcanza los quince millones de francos. Pero, eso no lo satisface, ’el reposo le martiriza, y mientras hace tranquilamente, con bien fingida indiferencia, de Cincinato en el arado, le cosquillean los dedos y le vibran los nervios por volver a coger los naipes de la política.’
Napoleón estaba bien consciente de ello, pero por el momento no requería de su aliado del ayer. ’Mientras que Bonaparte es poderoso, mientras no comete faltas, no necesita de un criado tan equivoco, tan excesivamente inteligente.’ Pero, nadie es perfecto y ’convencido por Talleyrand y, a costa de la ruptura del derecho internacional, manda traer entre gendarmes al duque de Enghien de territorio neutral y le hace fusilar.’ Los efectos son negativos, pronto, ’se crea alrededor de Bonaparte un vacío de miedo y terror, de protesta y odio…’ No tendrá más remedio que ’volver a ponerse bajo la protección del Argos de mil ojos, bajo la protección de la policía.’ Para lo que vendría, era necesario contar con ’un ayudante hábil y sin escrúpulos para su ascensión postrera.’ Y quien sino Fouché podía ocupar el cargo.
Una vez retornado, ’está dispuesto a tender el anzuelo para pescar en el Senado la corona imperial. De cebo sirve el dinero y las buenas promesas…’ Pronto, el jacobino de antier, ’hoy excelencia… da apretones de mano sospechosos [al tiempo que asedia e intriga] hasta conseguir que… se cree una institución que destruya para siempre las esperanzas de los conspiradores, garantizando la permanencia del Gobierno más allá de la vida de su jefe.’ Finalmente, ’de la pluma de Fouché procede la petición vil y sumisa del Senado con que se invita a Bonaparte a contemplar su obra, dándole forma inmortal.’ Y aquello tiene premio, ’por quinta vez presta José Fouché juramento – el primero lo prestó al gobierno realista; el segundo, a la Republica; el tercero al Directorio; el cuarto al Consulado-. Aun cuando la antipatía era mutua, ambos se necesitaban y en 1809, con Napoleón ausente de Paris, ante la invasión inglesa, Fouché arma el ejército y logra rechazar a los invasores quienes vuelven a sus buques y se repatrian. Aun cuando los ingleses ya no están, el ministro juega a la guerra y moviliza al ejército, hace un llamado ’a filas de la guarda nacional de Piamonte, de la Provenza y hasta Paris, aunque ni cerca, ni lejos, ni en el interior del país, ni en la costa, se ve un solo enemigo.’ Todos lo acusan de preparar una asonada ’y al cuartel general de Schoenbrunn llega carta tras carta diciendo que Fouché se ha vuelto loco o conspirador.’ Aun cuando lo reprende, Napoleón tiene que aceptar ’que fue el único que hizo algo en medio del pavor de los demás ministros; en un momento del mayor peligro para la patria hizo lo oportuno y justo.’ Así llega la hora de convertir al jacobino del antier en aristócrata. El 15 de agosto de 1809, Napoleón, ’firma y sella en el Palacio de su majestad Apostólica el Emperador de Austria, en el aposento regio de Schoenbrunn, el antiguo tenientillo de Córcega, para el antiguo comunista y ex profesor del Seminario, el pergamino… gracias al cual queda nombrado duque de Otranto…’ Sin embargo, casi un año después, Napoleón escribiría: ’Señor Duque de Otranto: sus servicios no me pueden ser ya deseables. Debe usted partir para su senaduría en el término de veinticuatro horas.’ No sería sino hasta años después cuando Napoleón trata de mantenerlo atado con aquella falsa regencia de Prusia, misma de la cual Fouché logra desembarazarse de manera intachable y honrosa. El objetivo era mantenerlo alejado de Paris y así sucede cuando esta ciudad capitula, Napoleón es destronado, Luis XVIII es erigido rey y Talleyrand forma el gobierno. Nuevamente Fouché está liquidado. Durante el retorno de Napoleón, sus cien días, Fouché vuelve a ocupar el cargo de ministro, pero actuando como espía de Luis XVIII. Así hasta el 28 de julio de 1815 cuando Luis XVIII vuelve a entrar a Paris. Ahí es recibido por Fouché, ’el nuevo ministro de policía del cristianismo rey’ el mismo ’quien veintidós años atrás condenó a muerte’ a su hermano, Luis XVI, por tirano. Y ese sería el principio de su última gloria antes del ocaso definitivo cuando se encuentra con la duquesa de Angulema, hija de Luis XVI y María Antonieta, quien fuera testigo de la ejecución de sus padres. Ante la presión familiar, el rey, comisiona a Talleyrand para que comunicara al Duque de Otranto que su presencia en la Tullerías ya no era deseable. De esa manera le anuncia que ha sido nombrado embajador en Dresde. Y de ahí a vivir los años tristes del destierro que concluyen el 26 de diciembre de 1820 en Trieste, Italia.
Aleccionador repaso sobre la vida de un hombre quien a pesar de los servicios a su patria, no siempre caracterizados por la ética, habría de terminar sus días en el olvido y arrumbado. Lección que debería de servir a todos aquellos quienes creen que poseer el poder temporalmente habrá de volverlos inmunes a las desgracias ulteriores. Al final de cuentas, no importa el grado de poder acumulado, en cualquiera que sea la actividad, cuando la oscuridad de la noche llega, no habrá nada, ni nadie que vaya a mostrarse agradecido por lo hecho. Por el contrario, muchos serán quienes, lastimados por tal o cual acción, habran de regocijarse de la situación. Así ha sido la vida política a lo largo de los tiempos. Para remembranza de los derribados y de los que en el futuro caerán. vimarisch53@htomail.com
Añadido (1): El domingo, después de haber cumplido con sus obligaciones religiosas, a grito pelado celebraron la muerte de un torero sobre la arena y, mientras un hilillo de salsa recorría la comisura de los labios, se echaban unos tacos de chuleta y otros de suadero. Son los animalistas miserables…
Añadido (2): De pronto salió un ’experto,’ sin tener ningún artículo que respalde tal sapiencia, en los efectos de la contaminación ambiental sobre los infantes, Eduardo Javier Barragán Pérez, jefe del departamento de neurología del Hospital Infantil de México quien además, dando una muestra de ignorancia y misoginia, espetó: ’La mayoría de las mujeres se pintan, se ponen crema o perfume, y todo eso va generando una modificación química en el cuerpo, entre más tiempo se mantenga esa exposición y más se tarden en tener hijos puede generar implicaciones sobre la expresión genética.’ (Excélsior 12-07-2016) Por favor, avísenle a este joven que se equivocó de era, el medievo acabó a finales del siglo XV y la burka no es vestimenta popular entre las mujeres de la cultura occidental.
Añadido (3): Lo bueno es que no tenemos claustros del tipo de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, ni mucho menos religiosas que posean las características de la Hermana Inés o devotos, como José Francisco López, quienes piden les guarden, por mientras, unas maletitas repletas de billetes verdes. Eso solamente puede suceder en Argentina, en los de aquí las acciones están encaminadas exclusivamente a la oración, hacer la caridad y el recogimiento espiritual.


Ver más


Joseph Fouché, el duque de Otranto / epílogo

Éste sitio web usa cookies con fines publicitarios, si permanece aquí acepta su uso. Puede leer más sobre el uso de cookies en nuestra política de uso de cookies.