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Abril 27, 2015
12:19 hrs.
Cultura ›
Araceli Ordoñez Cordero › diarioalmomento.com
No ve a ningún herido; pero el niño desde adentro le hace señas mostrando a un hombre en el rincón que permanece agachado, en seguida se dirige a él…
-Tranquilo amigo no se mueva… déjeme verlo…
- Gracias doctor: usted si es a todas margaritas…
- ¿¡Qué!? no está usted herido, ¿qué significa esto?
- Lo estoy Doctor, sufro por una ingrata que está pensando abandonarme por un hijo de puta… usted me puede ayudar, es un peli-rojo, bien parecido a una mariquita, labios sonrosados, carita de seda, unos brazos que no sabe usar el wuey na-màs para tocar a las mujeres del pueblo…
En el consultorio:
-Tú tuviste la culpa
- Yo
-Por qué
-Sólo fue un arranque
-Pero ya ven sólo es un wuey le dio miedo ver mis carnes
- ¡Tus carnes! Eres más que una vaca, cualquiera se asusta…
Sentada en el escritorio, una muchacha de carita pálida, trataba de contener el llanto, sus frágiles manos transcribían unas recetas médicas, el pecho parecía una locomotora, saltaba y saltaba, a falta de gasolina, las Doñas del pueblo ni la miraban, cada cual en lo suyo, parecía faltarle el aire, jalaba y volvía a jalar, un dos tres cuatro, un, dos, tres, cuatro… Solo se escuchaban las risas y mentadas en la calle por lo ocurrido…
A la mañana siguiente, la muchacha de largas faldas: cara pálida, labios secos, manos frías y huesudas, sentada del otro lado del escritorio, no lograba concentrarse, miraba el reloj… Se escuchaba el teclado de la computadora entre cortado, y seguro, lento y correteado. Los pacientes uno a uno llegaban, se levantaban, salían, entraban, como gallinas cluecas… las miradas gritaban desesperadas…preocupadas… tristes…
Tres días, cuatro, cinco...
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